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Tener una finca rústica en Cantabria es tener acceso directo a un entorno de praderas verdes, montañas y costas que conviven armónicamente y dan forma a una actividad agraria muy especializada. La provincia mantiene una fuerte identidad ganadera, centrada en la producción de leche, por lo que muchas fincas están destinadas a la cría de vacuno lechero, tanto en régimen intensivo como semiextensivo, aprovechando la calidad de los pastos atlánticos.
Las zonas del Valle de Pas, Soba, Campoo o los alrededores de Torrelavega concentran buena parte de las explotaciones, con fincas adaptadas a la ganadería y equipadas con establos, depósitos de agua, silos y acceso rodado. La orografía montañosa y el clima húmedo permiten también el cultivo de forrajes y maíz para autoconsumo animal, así como pequeñas huertas en zonas llanas, cada vez más vinculadas al canal ecológico.
En los últimos años, han ganado relevancia las fincas orientadas al turismo rural. Los paisajes cántabros, con vistas a los Picos de Europa o al mar Cantábrico, son ideales para crear alojamientos rurales, centros de retiro, actividades con animales o visitas educativas. Las normativas locales favorecen la compatibilidad de usos agrícolas con usos recreativos, lo que impulsa modelos de finca multifuncional.
Por su clima y biodiversidad, Cantabria también es una zona propicia para proyectos forestales sostenibles, conservación de especies autóctonas o producción de miel de montaña. Además, las pequeñas distancias entre zonas rurales y urbanas permiten una logística eficiente para productores locales que venden en mercados de proximidad. Una finca rústica en Cantabria es, por tanto, una propuesta de valor para quienes buscan combinar producción, naturaleza y autenticidad.